jueves, 7 de abril de 2011

Cuando todo era normal

(Micro, colectivo, transporte público de pasajeros o como quieran llamarlo. El primer relato -que estaba casi olvidado por ahí- de este recorrido tenía que hacer honor al querido bondi, que nos ha llevado a tantísimos lugares. ¡A leer y a viajar!)

La primera vez que viajé solo en un bondi tiene que haber sido a mis ocho años, o por ahí. Me subí a un 90 en calle Mitre, a la altura de lo que hoy es el Parque Central, y me bajé en 25 de Mayo y Colón. Iba a mi primera clase de computación. En esa época, el Parque Central era una promesa política, además de un baldío enorme en el que sólo había lugar para las canchas de tierra y pistas alucinantes de bicicross. En esa época, el 90 no era el 7 y la computación no era Windows ni internet, era el DOS (el oscuro y monótono deoese).

Me acuerdo de que me subí al 90 con un cagazo padre. Me senté en ese asiento aburrido, el primero de todos, en el que sólo ves la espalda del chofer. Lo único que quería era que el hombre que manejaba el 90 me dijera “nene, acá es 25 de Mayo y Colón”. Y también quería que levantara un toque el pie del acelerador, porque nos íbamos a hacer mierda. Con los años entendí que un porcentaje altísimo de choferes de micro son pilotos frustrados de Fórmula Uno. Con los años, también aprendí que una de las tantas debilidades que tengo es escuchar cualquier conversación ajena cuando viajo en micro.


Durante un tiempo, creo que fue en segundo de la secundaria, no hice otra cosa que conocer la historia de una pelirroja que le contaba a una rubia cómo hacía para tener dos novios. Todas las mañanas me sentaba delante de ellas y me deleitaba con un capítulo nuevo. Uno se llamaba Gabriel y vivía en el barrio Infanta, el otro era el Mati y vivía en el Municipal. No sé cómo hacía esa colorada para contar –o inventarse– todos los días un capítulo de esa doble vida. Lo que sí sé es que el Infanta y el Municipal quedan muy cerca el uno del otro. Al final, la colorada se quedó con el Mati. Eso también lo escuché. Y la rubia le dijo que menos mal. Y la colorada le dijo que estaba enamorada. Pobre Gabriel.

En otro tiempo, cuando volvía del colegio a mi casa, pleno mediodía, bondi hasta las manos, me dio por escuchar a un padre que le daba consejos a su hijo de unos diez años. El tipo siempre le preguntaba primero si le había ido bien en la escuela. Si el nene le decía que no o si reprobaba algún examen o algo así, el padre le decía que la escuela era una cagada, que si no quería, que no estudiara más y que ya se lo iban a decir a mamá cuando estuviera sobria. Siempre lo mismo. A ellos los encontraba en el bondi de la una y media.

Una de las mejores charlas que escuché fue de una parejita de novios muy jóvenes. Esa ya fue en la época en la que iba a la facultad, el Parque Central ya era el Parque Central y el 90 ya era el 7. La chica le decía a su chico que creía que se había quedado embarazada. El pibe, casi tartamudeando, le decía que no, que nada que ver, que no podía ser porque él se había acordado de tomar la pastilla y ella también se había tomado otra. Ahí la chica se relajaba un poco y le decía que claro, que si los dos tomaron las pastillas, no iba a pasar nada. Me pregunto dónde estará ahora esa tierna parejita.

El tema es que ayer, nueve de la mañana, me subo al micro para ir al centro. Tenía sueño y me iba a sentar bien atrás, así no me jodía nadie, pero vi a dos señores de unos setenta años, bien arreglados, muy serios, y no aguanté la tentación de sentarme delante de ellos. Durante cinco cuadras no hablaron. Ya casi me había olvidado de los señores cuando empezaron la siguiente conversación.

– ¿Usted se acuerda de cuando todo era normal?
– Si me acordaré…
– Eso era vida.
– Eso era vida.
– Claro, todo era normal, los muchachos estábamos con las muchachas…
– Y qué muchachas…
– No como ahora, que se quieren casar entre todos, una vergüenza.
– Qué cosa…
– No había eso de la droga, éramos más sanos, se vivía diferente.
– Muy diferente.
– Yo recuerdo de ir a la cancha, le hablo de la época de antes de los Nacionales, mucho antes, y uno iba tranquilo, feliz, la gente era más educada, hasta se jugaba mejor, mire.
– El fútbol de antes era otra cosa.
– Ahora a uno le salen con el Messi ese… Ese pibe, ¿sabe qué? Juega para su billetera, no para su país.
– Y encima de deté está Maradona.
– Mis nietos no patean nunca una pelota. Fíjese usted. Están todo el día meta y meta con los jueguitos esos. ¡Así les van a quedar los ojos, así! Pero, claro, mi hijo me dice que no embrome, que por los menos están en la casa, seguros. Qué seguros ni seguros… Segura era la cancha en la que jugábamos, donde ahora está el barrio Cano. ¿Conoció esa cancha?
– Cómo olvidarme de esa cancha… Ahí, cerca, a la altura de lo que ahora es Paso de los Andes y Ferroviario, conocí a mi mujer.
– ¿A su mujer?
– A mi mujer.
– No me diga.
– Sí, 57 años de casado.
– Una vida.
– Y… Qué le parece.
– Yo a la mía la conocí en un cabaret. ¿Sabía?
– No me diga, ¿me habla en serio?
– Sí, era la hija del dueño del cabaret. Tipo jodido el padre, no se lo recomiendo de suegro a nadie.
– Me imagino.
– Un gringo bravo.
– Parece que va a llover.
– En el noticioso dijeron que no iba a llover.
– Sí, pero vio cómo son los del pronóstico. Ya no le pegan una.
– Antes, mi vieja, con ver para dónde caminaban las hormigas o qué hacían las moscas, ya te decía cómo iba a estar el tiempo.
– Y… Era todo más normal antes.
– Seguro.
– Bueno, don Pereyra, me bajo acá.
– Vaya, vaya, camine por la sombra.
– Hasta luego.
– Hasta luego.

Una parada después, me bajé del micro y caminé despacio por Mitre hasta la plaza Independencia. Estaba pensativo, un tanto boludo. ¿Llegará el día en que yo piense que esta época era más normal? ¿Hay un momento en que uno sólo puede vivir de los recuerdos? ¿Conoceré a mi mujer en un cabaret? ¿Cómo carajo será esta misma plaza dentro de cincuenta años? ¿Cambiará el fútbol para peor? ¿Seré un viejo que añorará el pasado?

Frené en la calle Patricias. Dos 7 pasaron echando putas. Pensé que aunque esos micros tengan un 7 gigante en el frente, para mí siempre seguirán siendo los amados 90: el Expreso, el Cementista, el Municipal, el Infanta, el Viajantes y el San Martín. Arriba de esos bondis aprendí a escuchar conversaciones ajenas, a agudizar el oído y a disfrutar de las historias. Y arriba de esos bondis, la primera tarde que viajé solo a mi clase de computación, el chofer se la pasó cantando un tema que yo desconocía. Con los años supe que ese tema se llamaba Todo un palo. Y que decía, al comienzo, que el futuro llegó hace rato.



11 comentarios:

  1. jaja que nostalgia. Que bien que escribis Bonsai!

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  2. Genial inmundicia!!!!!!! Un lujo poder leerlo nuevamente, se lo digo con el corazón. Muchas gracias por su pasión en la pluma! Todos los éxitos, se lo merece!

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  3. Julio, muchas gracias!!! Cuando lo escribí tuve una dosis de nostalgia importante, ja.

    Tucu sorete querido, gracias!!! Cómo te extrañamos por estos pagos. Te mando un abrazo de gol del gran Martín.

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  4. Qué bueno es cuando una lectura te eriza la piel, y si encima conocés al autor, se te infla el pecho de orgullo. Felicitaciones por este nuevo emprendimiento 2.0, todos los éxitos y por muchos "posteos" más

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  5. Elbo, estoy muy 2.0. Quizás debería volver a laburar y dejar de boludear. O buscar el cuento de los bigotes, así lo disfrutás.

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  6. Buenísimo, Gonza. Un lujo su relato, es justicia tenerlo en el mundo bloguero.

    Abrazo grande, se lo extraña.

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  7. Muy buena, ésta nota y la siguiente. De verdad.

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  8. Me encanta tu pluma Gonzi, un gustazo leerte por acá. No afloje. Se te extraña por estos lado y mucho!!.
    Beso grande

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  9. Gracias, Rojas. Todavía estoy en etapa experimental del mundo bloguero. Veremos qué sale. Abrazo grande.

    Eche, muchas gracias, me alegro. De verdad.

    Moni, gracias. Acá iré subiendo esos cuentos que supimos escribir en los años felices, ja. Beso grande.

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  10. Es curioso cómo uno vive inconforme con un presente que, apenas uno dobla la esquina, se hace añoranza.
    También es curioso ver cómo un niño añora como "reliquias de las buenas épocas" cosas que apenas acaban de pasar sin pena ni gloria, distinto de lo que uno mismo añora, que está sólo un poco más lejos en el tiempo pero ya fuera del alcance del recuerdo del niño en cuestión.
    Conclusión: la memoria es parcial y egoísta. Hay que usarla pero no dejarse usar por ella.
    Y también: si los niños ya recurren a la nostalgia para el ayer ¿qué queda para los que nos acordamos de anteayer?

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  11. Me gusta su conclusión y me quedo pensando, nostálgico, en el anteayer... qué linda época.

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