martes, 19 de julio de 2011

El día que dejé de aburrirme

                                                                   Ilustración Sebastián Domenech                                                                                         
I
Tenía diez años. Estaba enfermo, en cama, con gripe. Ese día mi abuela Pepita me regaló un libro que me cambió la vida. Pero yo, a los diez años, no tenía la menor idea. Yo sólo quería jugar con los muñecos de He Man.

martes, 5 de julio de 2011

El descenso de River, o esas pasiones que no se negocian

                                                                                                                       Foto Mdz
 
Cuando veía el domingo las imágenes de cientos de hinchas de River que lloraban y no podían aceptar la realidad, fue inevitable no acordarme de una de las frases que mi vieja me tiraba por la cabeza cuando yo era niño. “¡Cómo puede ser que llorés por el fútbol!”, soltaba, mi madre, con dulzura y sabiduría.

Yo era un niño que no podía explicar todo lo que significaba el fútbol, para mí, a los diez años. Disfrutaba como un loco cuando mi equipo ganaba y lloraba como un condenado cuando perdía. Siempre lloré más. Pero mi vieja me hizo ver –entre tantísimas cosas– que el fútbol tiene que tener en la vida el lugar que le corresponde. Y ese lugar es ahí, debajo de las cosas realmente importantes, fundamentales y vitales. Me llevó años entenderlo, si es que alguna vez lo entendí.